Borgman

Escrito por Bonifacio Singh el .

Desde el primer minuto, Borgman suelta un tufo extraño, desconcertante para el espectador al uso, ese lerdo que está acostumbrado a reír o llorar cuando se lo ordenan. Borgman está destinado precisamente a él, al lelo, a tomarle un poco el pelo. Me cansan sobremanera las gentes que acuden a las salas para gafapastas que yo frecuento y se ponen a radiar la película al de al lado de ti como si fueran Matias Prats Senior, o los que sueltan carcajadas de autoafirmación cuando todos ríen, o más bien cuando parece que habría que reír. Borgman no sigue la corriente, Borgman no va donde va Vicente, que es donde va la gente. Borgman sigue un principio fundamental que produce desazón a las masas bienpensantes: “todos somos unos hijoputas en la intimidad”. Esa actitud vital no debería hacer gracia, no, no debería.

Las víctimas iniciales, fugitivos habitantes del bosque, resulta que, transcurridos pocos minutos, se transforman en verdugos. Más bien, todos son verdugos, todos lo somos en el interior de nuestras cochiqueras. Se trata simplemente de conquistar territorios y de defenderlos, así es la puta vida. Borgman tiene el encanto de que todo lo que crees que va a pasar sucede, pero esa previsibilidad no te molesta. La mafia Borgman no te hará descansar eternamente con cemento en los pies, sino que te lo colocará en la cabeza para que duermas el sueño eterno del revés, la Borgman es una hermandad de nueva creación, estilo ndranghetta, pero con una estética muy superior gracias a su cutrerío y sobretodo a su desvergüenza.

borgman2Borgman se desenvuelve en medio del ambiente pseudo burgués como pez en el agua. Es capaz de caminar detrás de sus víctimas sin que éstas se den cuenta, en una gran parodia del panoli que protagonizaba la película “Hierro 3” de Kim-Ki-Duk. Borgman no busca, como en ese citado caso, narrar una historia entre sensibilidad y gilipollismo que haga sentirse afortunado al espectador, no. Borgman utiliza su estrambótica munición para dar leña al mono humano, para que todo sea creíble gracias a que es increíble, para socavar los cimientos de la familia, para dinamitar el orden mediante el surrealismo y el absurdo. Todos hijoputas, todos absurdos, una perfecta metáfora de la vida, sin disfraces ni sentimentalismos baratos, dadaísmo violento, porque la existencia, quieras o no quieras, en cuanto miras detrás de su cartón, no es razonamiento cuadriculado y fijo, sino puro dadá salvaje. Y el que no la conozca que la compre, pero casi todos compran como burra a precio de purasangre.

Los cadáveres se anclan en el lago mecidos por la leve corriente, y los Borgman nadan a su alrededor, una poética imagen. Los niños aplastan la cabeza de los enemigos de Borgman sin piedad. Las chicas guapas se dejan convencer fácilmente por el ejército de Borgman, sólo hace falta prometerlas un caramelito para que se sienten a tu lado, para que deseen que Borgman o alguno de sus acólitos les eche el casquete de su vida. El fin justifica los medios para llegar a ningún lugar con sentido.

Observando las aventuras del inefable sádico Camiel Borgman, convertido ahora en ídolo para mí, uno piensa en todo momento que su autor nos está observando por una rendijita. Da la impresión de que detrás de bambalinas hay una mente retorcida con muy mala leche riéndose de nosotros. El autor convierte lo que podría ser un ágil corto en largometraje, rizando el rizo mediante un “porque sí”, carcajeándose de cualquier posible trascendencia, de cualquier valor o estereotipo, del bien y del mal. Quizás es que el bien y el mal son en sí conceptos absurdos dibujados con tiza sobre la línea recta de la existencia, y cualquier ráfaga de viento se los lleva, porque esa línea puede que no sea siempre el camino más corto entre dos puntos. Pero quién sabe. Con Borgman en tu entorno la vida es una tómbola. Quiero un Borgman en mi vida, quiero que vosotros tengáis uno, quiero ser Borgman como garrapata en vuestras chozas, cabrones. Quiero tener una casa en el bosque escondida bajo las hojas. Borgman. Borgman, dales duro.


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